domingo, octubre 15, 2006

UNA RAZÓN PARA EL SUICIDIO.

El olor a viejo que exhalan mis ropas. Ese olor a ácido úrico, a naftalina y pegamento, a hueso reseco de taxidermista. ¿No es razón para el suicidio este olor a muerte por aburrimiento y desazón? Que nadie se engañe, la vejez si aporta algo, es fastidio y congoja en sobre manera. Sobre dosis de pasatiempos y kleenex en las maletas de los millones de niños viejos que surcamos las costas en crucero. ¿No es razón ésa para matarse, para acabar en la sala forense como un jamón picado por la mosca cojonera? ¡Por Dios! ¿Habré de explicarme con mayor claridad? ¡Pobres geriátricos ciegos al subtexto de la vejez! Completa ingenuidad puesta al servicio del comercio en la tercera edad. Un viejo menos supone para ellos -llámense residencias, asilos o geriátricos- 8mil€ ausentes de sus cuentas corrientes...
No obstante yo no me resigno, den por hecho que mi suicidio será sonado.
Continúo.
Una clara razón que justifica mi muerte es el asco que me produce mi propio olor a viejo. Me recuerda a mi padre, a mi tío, a mi abuelo y a todos los viejos de mi familia que antes que yo, también fueron viejos. Y no sólo eso, sino que sé que es mediante el olor que ellos viven a mi lado. Como fantasmas apesadumbrados, como espectros fracasados que no molestan ni interrumpen, tan sólo se contentan con la ausente compañía de su “yo” en vida, o sea yo, su clon. León, hijo de hijo de hijo de hijo...antepenúltimo clon de la saga que me apellida Hurtado. Mi hijo y mi nieto, penúltimo y último respectivamente. ¿Será que mi padre, junto a su padre y quizás junto a algún hueso hurtado más, me espera a que parta y me reúna con él hasta el día en que sea mi hijo quien huela a viejo y muerte y no yo?
Lo he rumiado y quizá el olor a viejo sea la presencia de uno mismo en el más allá. Si así fuera, lo cobarde aflora en mí cuando considero a mi olor como una buena causa para matarme. Sin embargo, viejo sibarita pobre, seductor de alumnas, ala triste de murciélago que soy, el aquí y ahora continuo de mi vida jamás predijo más allá alguno. Por tanto, que se joda mi olor a calcetín remendado y sea bienvenida como causa per se para el suicidio, la fétida máscara de mi vejez.

LEÓN HURTADO.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Te entiendo, querido amigo, te entiendo como siempre entendí las cabañas que en otoño desojan las risas de los niños que durante el verano la visitaron.

El inquilino dijo...

Querido Paul, ¡que se levante el Leviatán y nos lleve de una vez por todas!

Anónimo dijo...

Hombre... La vejez tiene sus cosas positivas. Como que uno puede insultar a todo el mundo y nadie puede responderte. Que uno puede opinar lo que quiera sin que nadie le discuta. Ademas de que uno puede disfrutar de tener siempre inapelablemente la razon (y que se cuide aquel que quiera llevar la contraria). Y si algo no te interesa, pues, no te acuerdas o pasas directamente.
Tampoco hay que preocuparse por la "supervivencia", puesto que esta ha sido superada. Y ya solo resta, no hacer nada y descansar y hacer el vago. Vamos... hay que intentar verle el lado positivo. ;)

El inquilino dijo...

Sparky, gracias por tu positivismo en este mar de realismo suicida. Hay algo en tus palabras que me dicen que todavía no has llegado a la encrucijada de la vejez...Es más, juraría que no superas los 30 años. Mas no importa...tranquilo, todo llega y todo pasa menos la vejez. Antes de enfrentarte con la ella deberás enfrentarte con la locura, la madurez, la soledad, la vida... Gracias por estar aquí de nuevo!