martes, agosto 15, 2006

MIS SUICIDIOS


De vez en cuando, cuando me venga en gana y las ganas no sean las de morir sino las del recordar, abriré las latas oxidadas de mi memoria y proyectaré en primicia las películas de los suicidios que, no diré me hicieron lo que soy, pero ahí, tres-cuatro andan punzando el corazón todavía. Algunas de ellas son culebrones en súper 8 y otras, meros fotogramas en celuloide velado, pero verídicas y carnales para el alma; ciertas y reales como que mi día a día es una prisión de años en Alta Definición Panasónica, como todos saben ya.

PRIMERA LATA.
JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO. (1928-1999)

A tres pasos…

A tres pasos del nuevo milenio se quedó mi amigo Agustín, ¿y qué más da, si poco le importaba? Y con razón: a él, en los últimos años de su vida, sólo se dolía el no atreverse a seguir la luz. ¿Viejo cobarde? ¿Tan mayor y con el corazón en un puño? Ésas no son tormentas de verano que con pastillas y ansiolítico cesen de golpe.

A San José, a San Agustín, el no atrapar la luz los atormentaba, los mistificaba, a José Agustín no. Más bien al contrario, ver la luz pasar frente sí día con día y no montarla, no cabalgarla como bomba poética parecía importarle tres pimientos. ¿Por qué no seguir el alo que viene desde muy dentro de la biblioteca y se sale por la venta quién sabe para dónde? Por vida, por no irse ya, por tener cosas que hacer, sobre todo, deudas y facturas que la vida impone y el ego y el alma esperan cobrar...algún día.

Un día, José Agustín, te decidirás; te decías y te decías a ti mismo y ese día fue ayer, cuando a primeras horas de la tarde la luz, el alo, tenía el fulgor más intenso de todos los tiempos. La misma trayectoria, siempre hacia la ventana aunque está vez más espesa, como crema Light para viejos y provista de una blancura que ya la quisieran los corazones nucleares.

¿La sigues? Tres pasos no son tantos. Ahí queda el radiador, súbete a él, se pensará que quisiste arreglar una persiana y que fue un desmayo fatal . ¿La sigues?

La seguiste, tres pasos no fueron nada y dos o tres pisos de altura, menos todavía. Para los celos de San José y la envidia de San Agustín, te fuiste con la luz y casi nos dejas sin nada a los demás.

Lo curioso del relato, fue que un par de semanas después de tu funeral, baje desde Barcelona a Valencia, España. Y por casualidad, a tres pasos de la Estación del Norte, me llamaste la atención desde la puerta de un pequeño café-bar llamado, creo, la Selva. Una pequeña luz tenue sobre ti te anunciaba: hoy café-teatro, “SI TODO VUELVE A COMENZAR, SOBRE POEMAS DE JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO.” Entré. A tres pasos de la última persona de la última fila, te vi, alegre y fantasma pero no como siempre, sino más feliz, entre dos actores jovencísimos que con tus palabras te invocaban.

Tu suicidio fue sencillo pero armado de un valor de arcángel. ¿Tendremos otros tanta suerte y tantos huevos?

LEÓN HURTADO.

LOS CELOS


Es increíble que un hombre como yo, tenga repentinos ataques de celos. ¡A mi edad y todavía murmuran las letanías del corazón! Y es que cuando la Muerte visita a otros, no puedo sino arrancarme los cuatro pelos que me quedan y negro como me pongo por la rabia, decirme ¿disfrutas con el espectáculo, Otelo?

LEÓN HURTADO